martes, 9 de junio de 2009

En tiempos de peste

Esta tarde que llegué de la universidad después de un día atareado y lleno de trabajo, me encontré encendiendo la televisión y sintonizando las noticias nacionales. “El mundo se encuentra en alerta máxima”, fue la frase que paralizó la nación, emitida por uno de los presentadores del canal caracol en las noticias de las 7:00 p.m.

Unos días atrás le preguntaba a mi profesor de taller de crónica que qué opinaba sobre comenzar a usar tapabocas para prevenir la infección del virus de gripe porcina que tenía paralizados a todos los mexicanos y con cierta mofa en la cara me respondió que dentro de poco veríamos los tapabocas de todos los diseños y colores que pudiéramos imaginar, pues era algo casi inevitable.

Seguida de estas y otras conversaciones, me dí cuenta que realmente la epidemia no se hacía esperar. Cada vez eran más las muertes en México, país donde al parecer se inició la proliferación de la peste y más eran los países donde se empezaban a encontrar casos “sospechosos” de tener la enfermedad. Entre ellos Colombia.

El amarillismo de los medios de comunicación o tal vez la campaña preventiva para evitar el contagio de la enfermedad se evidenciaban cada día, tarde y noche en la radio, prensa y televisión mundial. La alerta, aunque casi imposible de creer, pasaba de nivel en nivel hasta llegar a la número cinco después del último comunicado de la organización mundial de la salud, lo cual significa una posible pandemia, que en términos exagerados podrían ser una catástrofe inminente.

Sin embargo, en Pereira todo sigue como si nada. A pesar de que ya se descubrió que en Zipaquirá, Cundinamarca hay un caso positivo de gripa porcina, las personas siguen indiferentes al llamado de prevención, pues creen que simplemente “esa enfermedad no llega por acá”.
Estamos viviendo lo que alguna vez vivieron los europeos con la peste negra en el siglo XIV. A pesar de que los datos varían, se estima que murió alrededor de un tercio de la población europea. En este caso, fue la rata negra quien contagió y proliferó la enfermedad bubónica que se conoce también como peste pulmonar.

Actualmente, se sabe que el virus es porcino. El cerdo es un animal domestico usado generalmente para la alimentación humana, de allí que la convivencia con éste haya desencadenado la peste al igual que en el siglo XVI.

A parte del portador, hay algo más que diferencia a la peste negra con la gripa porcina. La primera fue una epidemia, al igual que la gripa porcina, pero ésta última se encuentra ascendiendo al nivel seis que es el máximo y más peligroso por ser una pandemia, que afectaría al mundo entero, no sólo a una población grande.

Como me exaspera la falta de educación respecto a la salud, a pesar de ser una mal educada igual que los demás, y como “supuestamente” se iba a demorar la enfermedad en llegar al país, decidí usar un tapabocas por las calles centrales de la ciudad, sólo como un pasatiempo, con el motivo de ver cómo reaccionarían las personas. Estas fueron mis anotaciones:

Realmente la gente no ven la gravedad del asunto. Creen que por haber hallado casos positivos en Brasil, Suiza, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, entre otros países, definitivamente la gripa porcina no llegaría a Pereira. Y dele con la medicina casera, como si unas cuantas ramitas de apio pudieran aliviar la nación entera, o bueno, hablando en términos amplios como lo hacen en las noticias, aliviar el mundo entero.

Me acuerdo perfectamente de la risa de algunos jóvenes. Nos tomamos todo como un chiste, aún sabiendo que la pandemia podría ser una realidad en nuestra ciudad. Aún sabiendo que podríamos estar tirados en una cama en espera de una pronta cura.

Dando la vuelta por la esquina de la 17 con séptima, una mujer iba caminando con una arepa en su mano. La mantequillosa y suculenta arepa se movía de un lado a otro mientras la robusta señora caminaba sobre el andén derecho. Sus ojos finalmente se encontraban con los míos. En un instante, recorrió todo mi cuerpo fijándose perpetuamente en el tapabocas que cubría por completo mi nariz y mi boca. Casi sin respirar, la señora profirió un sonido imperceptible y sin esperar a que me acercara un poco más, escondió su arepa debajo de la chaqueta y consiguió afanosamente cambiarse de andén.

-“¡Ajá!, ¡sospechosa!”, alcancé a escucharle a un señor que iba en bicicleta, mientras los demás agachaban su cabeza y apresuraban su paso para alejarse de mí. Tan sólo por usar un tapabocas. Por prevenir y educar.

Esas y otras muchas expresiones y comentarios pude oír y capturar con mis ojos. Hasta mis abuelos me hacen preguntarme de lo que está pasando. “Cosas que pasan ahora que antes no me llegaba ni a imaginar”, decía mi abuelo, creyendo no ser víctima de una pandemia, ni de un cambio climático, ni de nada.

Nuevamente, estamos ante un disparate por pensar que moriremos en manos de una peste. Pero no estamos preparados para una pandemia. Seguimos creyendo que “eso por acá no llega” como si se tratara de cubrir distancias. La pandemia no perdona nada. No perdona niños, no perdona ancianos, no perdona negros ni blancos. Es tan contagiosa como la risa y tan peligrosa como un temblor, pues se extiende con una rapidez insólita.

Y si “es muy posible que el virus evolucione” o que “el mundo se encuentre en alerta máxima” como vemos cada día en la televisión, pues las miradas que observé mientras caminaba lentamente por la acera mojada no son en vanas. Pues tal como vi personas riéndose, también encontré miradas de asombro, casi perplejas por la forma en cómo tan tranquilamente camino por las calles sabiendo que posiblemente puedo ser una portadora del virus.

El tapabocas en tiempos de peste es sinónimo de enfermedad, de portador, positivo o sospechoso. Ahora sólo nos falta que aparezcan los tapabocas de colores de los cuales mi profesor se burlaba aquel otro día. Con eso completamos lo que llamaríamos “cotidianidad en tiempos de peste”.

Así que estamos llamados a seguir las medidas de precaución o mejor aún quedarse en la casa hasta cuando nos dé un simple catarro. De esta forma quizás estemos salvando muchas vidas o hasta previniendo que se extienda mucho más de lo que ya está. Hasta los besos y saludos con la mano quedan prohibidos, lo cual, casualmente, nos iguala México. A mí como que me da igual, en fin de cuentas, ¿no nos estamos acabando los uno a los otros? Qué diferencia hay si lo hace un cerdo o no. Nada.

2 comentarios:

  1. Esta reacción la da la falta de educación como lo dices, el desconocimiento de lo que puede llegar a ser una pandemia y la falta de una verdadera medida de choque, esto generalas diferentes reacciones en nuestro país; lo cual es preocupante ya que en cualquier momento esta enfermedad puede llegar a nuestra ciudad y no se muestra una real medida de prevención o... acaso sabemos ?que hacer en caso de un contagio confirmado en nuestra ciudad?.
    y acerca de la mofa con que mucha gente trata dicha noticia, los tapabocas ya se convirtieron en una "moda" asi como lo escribiste ya existen los tapabocas con diferentes "motivos" para que no desentonen con nuestra ventimenta, esto demuestra aun mas la ignorancia que hay sobre este tema.

    Solo espero que esta ignorancia no nos cueste caro, pero en fin solo nos queda esperar...
    Att.
    Eduardo Botero Agudelo

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  2. interesante señorita.en estos dias me preguntaba lo relajados que estamos.tenemos que hablar algo que me comentaron acerca de el tema.
    Bye kiss.

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