domingo, 7 de junio de 2009

Crónica de un amigo, casi desconocido

Si es por la tarde, si es en el día, si hace calor o hace frio, en el salón siempre me encuentro cada mañana con un personaje que me entretiene cantando su tema favorito de buenaventura, “bambiando panocha” el cual va acompañado de un vulgar movimiento de pelvis y caderas como si de mujer hawaiana se tratara. Ese es Harold. Un Joven de piel morena y ojos tan negros como la oscuridad que con su acento costeño, no pasa desapercibido ni por las calles ni por los corredores. Esto es sólo una pequeña parte de su vida.

A sus 16 años y acabándose de graduar del colegio, Harold emprendió el viaje de la independencia buscando encontrar un lugar en donde pudiera comenzar a realizar sus estudios superiores.

El sueño de Harold ha sido desde siempre pertenecer a la fuerza naval de Colombia, pues la idea de servirle a su patria le hace feliz y satisfecho, pero al ingresar sus documentos para ser permitido, a Harold se le fue negado su lugar en la armada. Lo cual fue un duro golpe en su vida de adolescente.

Un sueño perdido, un sueño frustrado. La desilusión se abre paso junto al desespero, el desespero de no visualizar un futuro feliz, pues cuando a uno le matan la ilusión, le matan hasta las ganas de vivir. Pero este no era el caso de Harold, pues a pesar de su fracasado sueño desecho, encontró una segunda vocación para la cual se está desempeñando con arduo trabajo: La comunicación social.

Como es común ver en las ciudades de Colombia, son casi siempre las capitales de los departamentos las que poseen universidades que están capacitadas para enseñar a diferentes tipos de personas sin importar su origen, raza o color a ser profesionales y desempeñar un cargo en la sociedad, razón por la cual Harold debió abandonar Buenaventura.

Con una maleta de ilusiones rotas y unos cuantos pantalones y camisetas, Harold dejó su calurosa Buenaventura para aventurarse por los andes colombianos, especialmente en el eje cafetero, en donde, cautivado por el clima y las personas, decidió escoger a Pereira como su segundo hogar.

-Casa-, pensó Harold, tenía que buscar un lugar donde vivir lo más pronto posible. Este lugar se lo proporcionó Omir, una señora conocida por la mamá de Harold a quien la familia le tiene mucha confianza. La casa está ubicada en el barrio Villa del Prado, por donde la única ruta que pasa por la universidad se demora casi una hora para llegar y recorre casi toda la ciudad. Sí, la famosa ruta 31 que es uno de los orígenes de los lamentos de Harold.

A su propia descripción, la casa no es muy grande de estructura, pero es muy cálida y tranquila, cualidades que él siempre busca, pues es una persona muy pacifica. Su único problema es la soledad. La ausencia de la salsa del pacífico, su madre, su abuela, sus amigos, su barrio y hasta la música de buenaventura le causan un profundo sentimiento de desierto, que sólo puede ser curado en los puentes o vacaciones largas, que usualmente usa para encontrarse con lo que más ama.

Sin embargo, en sus ratos libres, a Harold le gusta ver televisión. El tenis es una de sus pasiones, y aunque sólo lo he visto jugar tenis de mesa en la universidad, considero que tiene la habilidad y las ganas para aprenderlo. También le gusta ver el fútbol, sobre todo los partidos del deportivo Cali, de quien es hincha hasta la muerte. Y quien sabe que mas verá mientras está solo. No me extrañaría que entre sus canales favoritos se encontrara “The film Zone” a partir de las 12 de la noche, pues tiene una extraña obsesión (casi que enfermiza) por las mujeres y sus partes íntimas.

A Harold también le encanta la rumba. Generalmente cuando se siente solo y tiene algo de dinero en su casi siempre vacía billetera, se reúne con algunos amigos de la universidad y se las ingenia para deleitarse en las trasnochadoras y morenas noches de Pereira, ya sea dando una vuelta por sus calles o sentado en uno de los bares escuchando música relajado frente a una fría y refrescante cerveza.

Entre risas y canciones, Harold anda por allí charlando y aprendiendo de su carrera, de la que se siente orgulloso, porque en ella ha logrado llenar ese vacío que alguna vez le dejó el frustrado sueño de ingresar a la armada. “He pensado que tengo actitudes para la comunicación, es una de las razones por las que estoy aquí, me gusta mucho lo que estoy haciendo”- Agregó Harold mientras en su rostro se plasmaba esa sonrisa debajo de su significativo boso del cual se siente también orgulloso.

Con casi 9 meses viviendo en Pereira, Harold se ha sentido muy satisfecho con la universidad, la carrera y especialmente con las personas, a quienes les reconoce por su amabilidad y respeto. Aunque extraña su tierra y sus costumbres, sabe que cada una de sus canciones, palabras y movimientos dejan una enorme huella en los demás, pues ¿quién podría olvidar su tranquilizadora mirada o su contagiosa risa? a pesar de alcanzar los limites de mi paciencia en múltiples oportunidades y aprovechando este espacio, es para mí importante resaltar en Harold, una persona en muchas ocasiones desconocida para todos, ejemplo de perseverancia y amistad.

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