viernes, 10 de julio de 2009

Una crónica con el toque de una mariposa




Hace poco estuve en “Bonita Farm” un sitio especializado en el cultivo de mariposas, orugas y demás. En realidad ya había ido anteriormente, hace ya más de tres meses, sin embargo la sensación fue casi totalmente diferente.

Primero sientes el fresco aroma de la naturaleza mientras compartes una divertida caminata en un pequeño pero gratificante sendero ecológico. Mientras tanto, Juan Carlos, un biólogo marino que decidió especializarse en mariposas e insectos exóticos (siendo esto casi una ironía) explica desde cuales son los cultivos más comunes de plantas en la zona, incluyendo su nombre científico que es lo que más se me hace difícil de memorizar, hasta los proyectos futuros con los cuales pretende sacar su “Mariposario” adelante.

En el camino nos vamos encontrando cantidades de hojas, tallos, raíces, etc. El suelo está resbaladizo, con cuidado me muevo entre las piedras del riachuelo, encantada por el delicioso aroma y el limpio aire que respiran mis pulmones. Hay algo que me tiene inquieta. No puedo dejar de pensar en grillos y arañas. Indiferente del reino animal al que pertenezcan, para mí todo animal que se mueva, arrastre, salte o tenga una anatomía extraña y repulsiva es un bicho.

Yo no me meto con los insectos, al menos no con los grillos ni las mantis religiosas ni nada de eso. Es más, les tengo bastante respeto, esto posiblemente por experiencias pasadas las cuales no pienso comentar en esta crónica pero que puedo asegurar, cambiaron mi manera de ver los animales pequeños, verdes o peludos. Así que mientras caminaba, prestaba gran atención en no toparme con alguna telaraña de esas casi invisibles y mucho menos una arañita, fuera del tamaño que fuese. Los grillos cuando saltan, o por lo menos cuando los veo desde muy cerca, siempre observo cómo me miran. Si ya se, suena casi estúpido pensar que un insecto en especial un grillo te mira, pero créanme esta fobia no me la gané por nada.

Resbalón, cuida de ellos, el suelo mohoso puede hacerte caer tan fácil como las cascaras del banano en los dibujos animados. El color verde invade mi mente mientras sigo mi recorrido, que se pone cada vez más tedioso. Llegamos a lo que parece ser una finca. Enseguida observo algunos cultivos de flores y más adelante, una pequeña casita. Cuando me acerco casi pisándole los talones a Juan Carlos esto debido a mi curiosidad, me encuentro con la insignia “Laboratorio” en la puerta. El cuarto está totalmente iluminado gracias a su color blanco por supuesto. En los estantes se encontraban pequeños recipientes cilíndricos donde, usando mi zoom ocular divisé pequeñas crisálidas. Era asombrosa la cantidad de ellas, sus colores, sus tamaños. Algunas estaban rasgadas y muertas. Eran sólo el producto de la metamorfosis.

Comprobé como en mi mente se extendían un montón de recuerdos, como aquél de la serie japonesa “Pokemón” donde una de las criaturas era un diminuto gusano verde llamado “Caterpie” que evolucionaba convirtiéndose en una crisálida llamada “Metapod” y por último su etapa final “Butterfree” para ser una mariposa al final. Los dibujos animados sólo nos asemejan un poco más a la realidad, por eso suelen ser “tan educativos”.

Es increíble lo hermosa que puede ser la naturaleza y entendiendo que esta sea una frase muy cliché, para mí es totalmente valida. Cada segundo que mis ojos recorrían ese pequeño capullo, veía un reluciente trozo de oro o una esculpida esmeralda. Eran habitaciones perfectas para las orugas. Su fachada decía mucho de ellas, desde la especia hasta el color y el tamaño. Para que comprar un anillo de millones si puedes tener en tu finca un capullo mucho más brillante y valioso, por el hecho de ser un ser viviente.

Todos querían tocar las orugas. Yo no. No puedo. Mi cuerpo se torna frio y empiezo a temblar. Todos son tan valientes, sin embargo mis dedos se deslizaron hacia el pequeño animal. Una suavidad tremenda. Con algo de temor, mi mano deseó por un momento sostenerlo, pero no. No pude.

De camino hacía el mariposario, me preguntaba esta vez qué clase de mariposas me iría a encontrar allí. En mi anterior visita pude observar bastantes Monarcas, pero esta vez quería algo más. Quería una especie nueva, en mis manos.

Me quité los zapatos. La arena estaba fría y relajante, comencé a dar pequeños pasos detrás de mi hermano y mi madre. Expectante, Juan Carlos abrió la puerta y yo ingresé en la casa de las mariposas. ¡Y vaya que estaba cambiado!, las flores estaban grandes y coloridas, las plantas como siempre tan verdes y abundantes y a continuación: Las preciadas mariposas.

Todas volando y revoloteando en el pequeño espacio para nosotros pero gigante entorno para ellas, tan pequeñas e insignificantes. Se posaban en mis manos, en mi cabello, ¡en mi nariz!, emocionada, encendí mi cámara y oprimí el obturador. Las mariposas posaban a su gusto para mi lente, que captaba todo con gran exaltación. Era un arcoíris al alcance de mi mano. Podía tocar esos hermosos y brillantes colores. Era el clímax de mi sonrisa la que rodeaba mi rostro. Y pensar que alguna vez fueron orugas feas y repugnantes como las miraba al principio. Eran joyas al alcance de mi mano, de mis ojos, de mi mente.

Podría quedarme escribiéndoles un par de horas más sobre cada delicia que pase ese día junto a mi familia. Pero se me hace tarde. Quisiera dejar una pequeña reflexión aprovechando esta crónica. ¿Cuántas veces en el día nos dedicamos a observar nuestro entorno? Algunas veces andamos tan atareados, tan ocupados que no les damos la oportunidad de mostrarnos su encantador aleteo y su belleza colorida. Este animal suele ser olvidado, pero las cámaras los buscan especialmente por su carga sentimental. Mariposa no sólo significa animal invertebrado, significa libertad, belleza, delicadeza, naturaleza y sobre todo VIDA.

martes, 9 de junio de 2009

A todos los seguidores de este mi blog experimenta, mil disculpas por la demora de nuevas publicaciones, esto debido al retraso de mi profesor de taller de crónica, quien apenas ahora me devolvió los resultados... Gracias y espero que sigan leyendo mis creaciones, comentando cada detalle para lograr una satisfactoria mejoría.

Maria Laura Idárraga

En tiempos de peste

Esta tarde que llegué de la universidad después de un día atareado y lleno de trabajo, me encontré encendiendo la televisión y sintonizando las noticias nacionales. “El mundo se encuentra en alerta máxima”, fue la frase que paralizó la nación, emitida por uno de los presentadores del canal caracol en las noticias de las 7:00 p.m.

Unos días atrás le preguntaba a mi profesor de taller de crónica que qué opinaba sobre comenzar a usar tapabocas para prevenir la infección del virus de gripe porcina que tenía paralizados a todos los mexicanos y con cierta mofa en la cara me respondió que dentro de poco veríamos los tapabocas de todos los diseños y colores que pudiéramos imaginar, pues era algo casi inevitable.

Seguida de estas y otras conversaciones, me dí cuenta que realmente la epidemia no se hacía esperar. Cada vez eran más las muertes en México, país donde al parecer se inició la proliferación de la peste y más eran los países donde se empezaban a encontrar casos “sospechosos” de tener la enfermedad. Entre ellos Colombia.

El amarillismo de los medios de comunicación o tal vez la campaña preventiva para evitar el contagio de la enfermedad se evidenciaban cada día, tarde y noche en la radio, prensa y televisión mundial. La alerta, aunque casi imposible de creer, pasaba de nivel en nivel hasta llegar a la número cinco después del último comunicado de la organización mundial de la salud, lo cual significa una posible pandemia, que en términos exagerados podrían ser una catástrofe inminente.

Sin embargo, en Pereira todo sigue como si nada. A pesar de que ya se descubrió que en Zipaquirá, Cundinamarca hay un caso positivo de gripa porcina, las personas siguen indiferentes al llamado de prevención, pues creen que simplemente “esa enfermedad no llega por acá”.
Estamos viviendo lo que alguna vez vivieron los europeos con la peste negra en el siglo XIV. A pesar de que los datos varían, se estima que murió alrededor de un tercio de la población europea. En este caso, fue la rata negra quien contagió y proliferó la enfermedad bubónica que se conoce también como peste pulmonar.

Actualmente, se sabe que el virus es porcino. El cerdo es un animal domestico usado generalmente para la alimentación humana, de allí que la convivencia con éste haya desencadenado la peste al igual que en el siglo XVI.

A parte del portador, hay algo más que diferencia a la peste negra con la gripa porcina. La primera fue una epidemia, al igual que la gripa porcina, pero ésta última se encuentra ascendiendo al nivel seis que es el máximo y más peligroso por ser una pandemia, que afectaría al mundo entero, no sólo a una población grande.

Como me exaspera la falta de educación respecto a la salud, a pesar de ser una mal educada igual que los demás, y como “supuestamente” se iba a demorar la enfermedad en llegar al país, decidí usar un tapabocas por las calles centrales de la ciudad, sólo como un pasatiempo, con el motivo de ver cómo reaccionarían las personas. Estas fueron mis anotaciones:

Realmente la gente no ven la gravedad del asunto. Creen que por haber hallado casos positivos en Brasil, Suiza, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, entre otros países, definitivamente la gripa porcina no llegaría a Pereira. Y dele con la medicina casera, como si unas cuantas ramitas de apio pudieran aliviar la nación entera, o bueno, hablando en términos amplios como lo hacen en las noticias, aliviar el mundo entero.

Me acuerdo perfectamente de la risa de algunos jóvenes. Nos tomamos todo como un chiste, aún sabiendo que la pandemia podría ser una realidad en nuestra ciudad. Aún sabiendo que podríamos estar tirados en una cama en espera de una pronta cura.

Dando la vuelta por la esquina de la 17 con séptima, una mujer iba caminando con una arepa en su mano. La mantequillosa y suculenta arepa se movía de un lado a otro mientras la robusta señora caminaba sobre el andén derecho. Sus ojos finalmente se encontraban con los míos. En un instante, recorrió todo mi cuerpo fijándose perpetuamente en el tapabocas que cubría por completo mi nariz y mi boca. Casi sin respirar, la señora profirió un sonido imperceptible y sin esperar a que me acercara un poco más, escondió su arepa debajo de la chaqueta y consiguió afanosamente cambiarse de andén.

-“¡Ajá!, ¡sospechosa!”, alcancé a escucharle a un señor que iba en bicicleta, mientras los demás agachaban su cabeza y apresuraban su paso para alejarse de mí. Tan sólo por usar un tapabocas. Por prevenir y educar.

Esas y otras muchas expresiones y comentarios pude oír y capturar con mis ojos. Hasta mis abuelos me hacen preguntarme de lo que está pasando. “Cosas que pasan ahora que antes no me llegaba ni a imaginar”, decía mi abuelo, creyendo no ser víctima de una pandemia, ni de un cambio climático, ni de nada.

Nuevamente, estamos ante un disparate por pensar que moriremos en manos de una peste. Pero no estamos preparados para una pandemia. Seguimos creyendo que “eso por acá no llega” como si se tratara de cubrir distancias. La pandemia no perdona nada. No perdona niños, no perdona ancianos, no perdona negros ni blancos. Es tan contagiosa como la risa y tan peligrosa como un temblor, pues se extiende con una rapidez insólita.

Y si “es muy posible que el virus evolucione” o que “el mundo se encuentre en alerta máxima” como vemos cada día en la televisión, pues las miradas que observé mientras caminaba lentamente por la acera mojada no son en vanas. Pues tal como vi personas riéndose, también encontré miradas de asombro, casi perplejas por la forma en cómo tan tranquilamente camino por las calles sabiendo que posiblemente puedo ser una portadora del virus.

El tapabocas en tiempos de peste es sinónimo de enfermedad, de portador, positivo o sospechoso. Ahora sólo nos falta que aparezcan los tapabocas de colores de los cuales mi profesor se burlaba aquel otro día. Con eso completamos lo que llamaríamos “cotidianidad en tiempos de peste”.

Así que estamos llamados a seguir las medidas de precaución o mejor aún quedarse en la casa hasta cuando nos dé un simple catarro. De esta forma quizás estemos salvando muchas vidas o hasta previniendo que se extienda mucho más de lo que ya está. Hasta los besos y saludos con la mano quedan prohibidos, lo cual, casualmente, nos iguala México. A mí como que me da igual, en fin de cuentas, ¿no nos estamos acabando los uno a los otros? Qué diferencia hay si lo hace un cerdo o no. Nada.

¿Te gustaría conocerme?

-“Laura, hágase con ella”, y girando sus ojos hacia el lado izquierdo, me señaló a Alejandra Gómez Mejía, el misterio de mi clase en taller de crónica. Como ya no habían más personas para escoger y ya había compartido tanto con todos, me pareció una buena propuesta la de escribir una crónica sobre ella, aunque sinceramente, en ese mismo instante en que el profesor se daba la vuelta para seguir escogiendo las parejas, pensé en lo difícil que sería esta vez inspirarme en un personaje de la cual ni siquiera sabía el nombre. Hasta ahora.

Así que, en esos interminables minutos, me fijé en la expresión de sorpresa que suscitaba la cara de Alejandra. Me invadió indecisión sobre la forma adecuada en que debía abordarla. Repentinamente estaba caminando justo hacia ella, quien me miraba con esos encantadores ojos claros y esa sonrisita que la identifica.

-“No y ahora yo que voy a hacer, esta vieja será bien tímida”, hablaba conmigo misma en un intento de sacar una sonrisa igual de encantadora como la de ella, sin resultado alguno.

Me senté y la salude. Su rostro comenzaba a escasear en color blanco pálido para tomar un rojo intenso. Con algo de risa en mi mente, comencé a preguntarle sobre su nombre, apellidos, semestre, ciudad de nacimiento y hasta el motivo por el cual veía crónica. Nada estaba organizado y no había tiempo de organizar, mi mente estaba hecha un caos, pues ante mi tenía una persona que desconocía completamente y ni siquiera sabía si quería conocerme a mí.

Alejandra es hija única. Es de Mistrató, un municipio del departamento de Risaralda, pero desde hace dos años y medio Pereira se ha convertido en su segundo hogar. Decidió estudiar comunicación porque la carrera le gusta y la motiva. Sin embargo para mí sigue siendo muy tímida hasta para conocer gente, no me imagino cómo se desenvolverá en un medio.

Como esa mañana ya se estaba acabando, decidimos posponer la entrevista para el jueves, pues el viernes era día de fiesta y sería más fácil conversar sobre nuestras vidas con más privacidad y en un ambiente diferente (Si claro, íbamos a dejar de pasar planes mucho mejores por ponernos a hablar sobre nosotros mismos, tenga fe papito).

Pues no. No la vi ni ese jueves por la tarde, ni mucho menos el viernes, ni el fin de semana. No supe si hubo llamadas perdidas o mensajes insistentes, pero eso sí como buen colombiano que deja todo para última hora, me llamó como tres veces a la casa de mis abuelos el cuatro de mayo. Lamentablemente yo no contesté ni una sola y después de que me dieran el recado llame a su casa.

Era ella. Esa voz suave, casi se podía tocar el algodón mientras escuchaba como me saludaba replicando que había llamado repetidamente en mi búsqueda.

Me sugerí sentarme en mi cuarto, tan cálido y silencioso. El mejor lugar de mi casa. De esta manera comencé a contarle un poco de mí, para romper el hielo ¡y vaya que se rompió!

-¿Qué lleva 3 años con su novio?- pregunté perpleja.

-Y el tiene 34 años.- respondió casi instantáneamente y con cierta satisfacción en su voz.

Yo ni siquiera he durado el primer año con algún novio y mucho menos se me ha ocurrido pasar mi vida con un hombre 15 años mayor que yo. De verdad, que curioso eso, somos tan diferentes, polos opuestos. Ella es callada, yo soy bullosa, ella es tímida, yo soy EXTREMANDAMENTE EXTROVERTIDA.

Aparentemente la seriedad es una cualidad intachable en ella, aunque se mostró muy entusiasmada escuchando mis palabras, siempre tan aceleradas y estrepitosas. Quien sabe que estaría haciendo mientras le hablaba, si no es que estaba viéndose la novelita de las 9:00 de la noche.

Yo permanecía atenta a sus palabras pausadas. La historia de su novio me pareció muy bonita, está completa y perdidamente enamorada de él, quien es un ganadero, oriundo a la vez de Mistrato y permanente en Pereira. Se conocieron por casualidades de la vida y ahora quisieran compartir el resto de ella juntos. Romántica crónica ésta.

Finalmente y después de meditar por unos instantes la conversación que había tenido con Alejandra, pude apreciar lo agradable y madura que es. Nada comparado al imaginario que tenía de ella, pues en el salón no suele hacer mucho ruido, ni levantar la mano para dar una opinión o algo parecido, por lo cual pensaba que era muy callada y posiblemente desconfiada, cuando el hecho de que sea tímida no le quita a las personas el ser agradables. De todas formas, sigue siendo muy oportuno hacer esta clase de ejercicios en clase, así se da uno la oportunidad de conocer a los demás y de que lo conozcan a uno. Gracias profe por estas valiosas oportunidades y por supuesto gracias a Alejandra por el tiempo que me regaló para conocernos más detalladamente.

domingo, 7 de junio de 2009

Crónica de un amigo, casi desconocido

Si es por la tarde, si es en el día, si hace calor o hace frio, en el salón siempre me encuentro cada mañana con un personaje que me entretiene cantando su tema favorito de buenaventura, “bambiando panocha” el cual va acompañado de un vulgar movimiento de pelvis y caderas como si de mujer hawaiana se tratara. Ese es Harold. Un Joven de piel morena y ojos tan negros como la oscuridad que con su acento costeño, no pasa desapercibido ni por las calles ni por los corredores. Esto es sólo una pequeña parte de su vida.

A sus 16 años y acabándose de graduar del colegio, Harold emprendió el viaje de la independencia buscando encontrar un lugar en donde pudiera comenzar a realizar sus estudios superiores.

El sueño de Harold ha sido desde siempre pertenecer a la fuerza naval de Colombia, pues la idea de servirle a su patria le hace feliz y satisfecho, pero al ingresar sus documentos para ser permitido, a Harold se le fue negado su lugar en la armada. Lo cual fue un duro golpe en su vida de adolescente.

Un sueño perdido, un sueño frustrado. La desilusión se abre paso junto al desespero, el desespero de no visualizar un futuro feliz, pues cuando a uno le matan la ilusión, le matan hasta las ganas de vivir. Pero este no era el caso de Harold, pues a pesar de su fracasado sueño desecho, encontró una segunda vocación para la cual se está desempeñando con arduo trabajo: La comunicación social.

Como es común ver en las ciudades de Colombia, son casi siempre las capitales de los departamentos las que poseen universidades que están capacitadas para enseñar a diferentes tipos de personas sin importar su origen, raza o color a ser profesionales y desempeñar un cargo en la sociedad, razón por la cual Harold debió abandonar Buenaventura.

Con una maleta de ilusiones rotas y unos cuantos pantalones y camisetas, Harold dejó su calurosa Buenaventura para aventurarse por los andes colombianos, especialmente en el eje cafetero, en donde, cautivado por el clima y las personas, decidió escoger a Pereira como su segundo hogar.

-Casa-, pensó Harold, tenía que buscar un lugar donde vivir lo más pronto posible. Este lugar se lo proporcionó Omir, una señora conocida por la mamá de Harold a quien la familia le tiene mucha confianza. La casa está ubicada en el barrio Villa del Prado, por donde la única ruta que pasa por la universidad se demora casi una hora para llegar y recorre casi toda la ciudad. Sí, la famosa ruta 31 que es uno de los orígenes de los lamentos de Harold.

A su propia descripción, la casa no es muy grande de estructura, pero es muy cálida y tranquila, cualidades que él siempre busca, pues es una persona muy pacifica. Su único problema es la soledad. La ausencia de la salsa del pacífico, su madre, su abuela, sus amigos, su barrio y hasta la música de buenaventura le causan un profundo sentimiento de desierto, que sólo puede ser curado en los puentes o vacaciones largas, que usualmente usa para encontrarse con lo que más ama.

Sin embargo, en sus ratos libres, a Harold le gusta ver televisión. El tenis es una de sus pasiones, y aunque sólo lo he visto jugar tenis de mesa en la universidad, considero que tiene la habilidad y las ganas para aprenderlo. También le gusta ver el fútbol, sobre todo los partidos del deportivo Cali, de quien es hincha hasta la muerte. Y quien sabe que mas verá mientras está solo. No me extrañaría que entre sus canales favoritos se encontrara “The film Zone” a partir de las 12 de la noche, pues tiene una extraña obsesión (casi que enfermiza) por las mujeres y sus partes íntimas.

A Harold también le encanta la rumba. Generalmente cuando se siente solo y tiene algo de dinero en su casi siempre vacía billetera, se reúne con algunos amigos de la universidad y se las ingenia para deleitarse en las trasnochadoras y morenas noches de Pereira, ya sea dando una vuelta por sus calles o sentado en uno de los bares escuchando música relajado frente a una fría y refrescante cerveza.

Entre risas y canciones, Harold anda por allí charlando y aprendiendo de su carrera, de la que se siente orgulloso, porque en ella ha logrado llenar ese vacío que alguna vez le dejó el frustrado sueño de ingresar a la armada. “He pensado que tengo actitudes para la comunicación, es una de las razones por las que estoy aquí, me gusta mucho lo que estoy haciendo”- Agregó Harold mientras en su rostro se plasmaba esa sonrisa debajo de su significativo boso del cual se siente también orgulloso.

Con casi 9 meses viviendo en Pereira, Harold se ha sentido muy satisfecho con la universidad, la carrera y especialmente con las personas, a quienes les reconoce por su amabilidad y respeto. Aunque extraña su tierra y sus costumbres, sabe que cada una de sus canciones, palabras y movimientos dejan una enorme huella en los demás, pues ¿quién podría olvidar su tranquilizadora mirada o su contagiosa risa? a pesar de alcanzar los limites de mi paciencia en múltiples oportunidades y aprovechando este espacio, es para mí importante resaltar en Harold, una persona en muchas ocasiones desconocida para todos, ejemplo de perseverancia y amistad.

El miedo a salir del closet

¿Alguna vez se ha preguntado usted a cuántas personas en todo el mundo se les está pasando por la cabeza, en este preciso momento, la idea de ser homosexuales? La mayoría de ellos tal vez sean adolescentes y aún no logran aceptar su condición. Quizás por miedo al rechazo familiar, al rechazo de los amigos, quienes al enterarse, en sus caras incrédulas se refleja un intenso sentimiento de repudio. Pero, ¿Por qué? ¿Por qué siempre la primera impresión de ellos es mirar con asco al que alguna vez fue su hijo del cual estaba orgulloso o su mejor amigo incondicional? Esta es la realidad. La realidad con la que cada día se deben enfrentar muchos jóvenes que aún no han salido del clóset.

El problema de los homosexuales radica en la intolerancia social a la cual se enfrentan, pues son ellos quienes a diario son rechazados por su condición, impidiéndoles vivir como tal cual son, pues todo el tiempo les insultan directa o indirectamente por su forma de vestir, sus gestos o comportamientos que, en esta sociedad, todavía no son aceptados.

Es por tales motivos que muchos jóvenes deben vivir con un secreto a cuestas que por muy polémico que sea, es una realidad y como tal, debe ser plasmada en la sociedad, para que de esta manera se eviten los rechazos injustos y discriminaciones que a diario acaban con la autoestima de muchas personas.

Ella es Rebeca, una mujer de estatura media y rizos dorados que desde hace 5 años dejaron de crecerle. Con apenas 18 años, Rebeca salió del closet hace apenas unos meses, lo cual como suele suceder en otros casos como el de ella, fue un suceso dramático y escandaloso.

Las primeras señales que sin pensarlo tuvo Rebeca frente a su homosexualidad fue cuando aún estaba en el colegio. Cursaba grado undécimo y fue Valeria, su mejor amiga y compañera de clases la que al principio le inspiraba un amor incondicional, que obviamente era sólo una amistad.

Indiscutiblemente, Rebeca sabía que era una locura, tal vez sólo ideas locas que se les pasa por la cabeza a las chicas cuando escuchan el tema “I kissed a girl” de Katy Perry, canción donde una joven besa a otra chica y le queda gustando. Por lo cual, después de un tiempo simplemente lo olvidó y continuó observando a los hombres, reparando cual de todos le gustaba más y porqué motivos. De esta forma, se olvidó de sus deseos ocultos que, reprimidos, admiraban silenciosamente a las mujeres, sus facciones, sus aromas, sus movimientos seductores y su delicada voz.

Pasados unos meses y sin previo aviso, Rebeca conoció a Sara. Una chica tres años menor que ella, cuya personalidad y sonrisa despertaron en ella los antes sentimientos reprimidos que yacían en lo más hondo de su pensamiento.

Apenas conociéndose y charlando de vez en cuando por msn con ella, Rebeca empezó a sentir una serie de sensaciones que la transportaban a un lugar tranquilo y sereno. Sabía que lo que empezaba a sentir por ella no era una simple amistad, aquello era amor y no esa clase de amor pasajero que se desvanece con el viento. No, aquello era ese amor profundo y denso del cual no se iba a poder despegar nunca.

Después de hablar con ella, de unas cuantas salidas y llamadas, Rebeca se enteró de que Sara era homosexual. Con la mirada perdida y el shock que dura aproximadamente 10 segundos, Rebeca entendió que este era el momento de salir del closet, de soltar el secreto más íntimo de su ser, el que sólo compartía con la almohada. Era el momento de aceptar la realidad, y aceptarse y reconocerse a sí misma.

Oprimió el botón on del teléfono y poco a poco, sus amigos más allegados se fueron enterando del nuevo hecho. Tenía muchas cosas que explicarles, entre ellas el que su relación con Sara ya estuviera tan avanzada, pues eran novias y habían tenido un par de encuentros amorosos, sin pasar a nada carnal. Tenía que explicar su extraña actitud desde hacía unos días, actitud de ausencia y deserción ante los demás. Y el paso más difícil, explicarle a su madre, con quien ha vivido toda su vida.

Sin mente y tomando una larga respiración que daba la impresión de ser la última, Rebeca se acercó a su mamá.

Su cuarto olía a una especie de esencia combinada entre cigarrillo y café, donde rápidamente divisó el cenicero y el cuerpo de su madre, recostado en la cabecera de la cama, cambiando de canal con su mano derecha. Con la piel completamente blanca debido al pavor, soltó una a una las siguientes palabras: “Mamá, soy bisexual”.

Como era de esperarse, Doña Rita contrajo su rostro tan severa y bruscamente hacia un lado que por poco se va de cirugía reconstructiva. De sus labios no salía palabra alguna. El silencio prolongó la tensión en medio de las dos mujeres que se debatían entre la verdad y el asombro. Unos minutos más tarde, y Rita había decidido aceptar las cosas, pues al fin y al cabo, Rebeca era su hija y era lo único que tenía en la vida. Por su parte, Rebeca comprendió lo que su madre pensaba y le dio tiempo para recuperar su estado de ánimo.

Esta es tal vez una de esas formas en que los adolescentes salen del closet, algunos no corren con la misma suerte que corrió Rebeca, pues son expulsados de la casa como si fueran perros infectados con rabia. En casos muy extremos, la familia pierde contacto total con el personaje y simplemente lo borran de la lista de invitados en navidad, en épocas de fiestas y hasta en los cumpleaños. Pero, ellos sólo piensan, “si me tengo a mí mismo, me acepto a mí mismo, no necesito nada más”

Ciegamente, los homosexuales han contrarrestado la situación con cientos de marchas mundiales, huelgas para que se les sea permitido el matrimonio y hasta la posible adopción de un niño huérfano, solamente con la intención de vivir una vida normal y amar incondicionalmente como si fueran parejas comunes y corrientes.

Por otro lado, Sara después de casi 5 meses de relación y cansada de la rutina, decidió romper con Rebeca quien estuvo devastada por un largo tiempo, sufriendo de un desamor que alguna vez construyó con tanto esfuerzo.

Repuesta, continua saliendo con sus amigos como de costumbre, le encantan los bares gays y disfruta mucho más de su vida solitaria antes que en pareja, pues aprendió después de ese duro golpe del destino, a quererse y valorarse más. Por ahora, no se ha fijado en alguna persona en especial, si es hombre o es mujer, a Rebeca eso no le afecta, aunque con esa mirada pícara y haciendo ademanes de niña tierna, se concluye que sigue en la espera de una mujer madura con la cual complementarse y vivir nuevas aventuras, secretos que ya de éste closet conyugal no podrán salir jamás.

martes, 5 de mayo de 2009

Es más que un tendedero de ropa

Como siempre, cada mañana que salgo de mi casa, se siente un insoportable olor debajo del puente de corales, que se acentúa más cuando está haciendo un día soleado. Es el rio Consota el causante de los estragos de las personas que viven cerca de mi barrio, no sólo por su repugnante olor a contaminación sino por las inundaciones y los daños materiales en los días lluviosos.

El color café que lleva a su paso es triste, y los tubos grises que parecen provenir de las nuevas construcciones traen más desechos que, como siempre, paran en los cauces del rio. O sea que, el Consota que alguna vez fue hermoso debe aguantarse los desechos de las construcciones además de las basuras que suelen parar en sus orillas, haciéndolo feo y desagradable.

Extrañamente, el rio Consota se ha convertido en un tendedero natural. Al parecer, algunas personas marginadas, llamadas vulgarmente indigentes, habitan en las orillas del rio, justamente en el recorrido cerca al barrio San Fernando de Cuba, donde los matorrales y guaduales hacen el papel de tendederos, sosteniendo cientos de mechas de muchos colores que el rio va dejando a su paso y que, quizás, las personas cuelgan allí a propósito para que se sequen.

El problema radica en la fauna que se encuentra en este habitad natural, que debido a la imprudencia de los pereiranos, ya ni siquiera parece ser habitable. Animales como iguanas, tortugas y algunas aves aún están dispuestas a permanecer vivas allí, en contra de cualquier descarado que vaya a botar sus porquerías en el rio. Y ni hablar de los árboles que absorben esa agua.

Cada vez que oigo pasar el rio estrepitosamente, no sólo cerca de mi casa sino también en mi universidad, que ha sido víctima constante de sus crecidas cual si fuera una venganza contra los estudiantes por miserables y desconsiderados, me recuerda lo mucho que odio la suciedad. Pareciese que el llanto del rio se mezclara con el viento y me llegara hasta los oídos como una ráfaga impetuosa y abatida. Consternada porque aún no sabe cuál es la causa de la contaminación de los hombres, porque aún no sabe qué mal ha hecho, pues sus aguas dejaron de beberse y su hedor es repugnante.

Pero claro, nosotros seguimos malgastando agua y tirando las basuras en los ríos, como quien dice “eso después se renueva”, si claro, como si fuera tan sencillo. Tan sencilla como ésta crónica, que muestra una problemática a partir del medio ambiente, que al fin y al cabo pretende concientizar a las personas a que cuiden su ciudad y sus ríos. A que amen los animales que en ellos habitan y no los usen simplemente como tendederos de ropa. Ropa que si mucho, alcanza a cubrir la desnudez, más no acaba con la impredecible sed.

Entre ambas sillas

Despierta el día con una mañana fría. Las personas se pasean de un lado a otro como reteniendo el poco calor que les queda en sus cuerpos. Algunos están charlando, otros están comiendo. Hay quienes leen, repasan para un parcial y hay quienes observan la pantalla de un portátil con los ojos cuadrados y sus parpados un tanto caídos.

Sencillamente, para cualquier lugar que observes, lo primero que se encuentran tus ojos son más ojos. Miradas que desfallecen, miradas cansadas y conmovedoras. Miradas que infunden miedo y otras que te hacen reír como si te hicieran cosquillas, pero existe una mirada que quisieras prolongar, una mirada fija, vaga y ausente. Una mirada que, inquietante, buscas tercamente entre las personas sentadas en la cafetería.

Dos sillas. Están colocadas una frente a la otra, mirándose, observándose. Te miran a ti, y desean que te sientes en ellas, pero el frio y la humedad te hacen desistir. Las sillas, ansiosas por preocupaciones, buscan las miradas opulentas, exageradas y apasionantes de los jóvenes. Dos bancas que están dispuestas a obsequiarte un breve momento de tranquilidad, descanso y mentalidad despejada, perfectos para antes de una clase. Pero, ¿De qué nos hablan esas miradas?

Las sillas vacías se componen de lágrimas de lluvia. El sol, impaciente por salir, las calienta con su permanente cobija. Mejoran tu aspecto, te hacen ver más natural y seguro de ti mismo. “Siéntate en mi, te lo pido”, me ruega una de ellas, pero no hay con quien, sencillamente son dos sillas, una frente a la otra.

Nadie se percata de las sillas vacías. Se preguntan donde se pueden sentar, cuando tienen tanto espacio por explorar. Las bancas te gustan porque están lejos de la muchedumbre. Porque te incitan a meditar, a reflexionar. De un parcial perdido, un corazón roto, una soledad infinita. Pero definitivamente no hay nada mejor que compartir esas dos sillas. Mirarse fijamente, morir para el mundo, desaparecer.

La distancia que las separa la una de la otra, no permite un contacto físico. Permite un contacto visual. Las sillas vacías te hacen pensar en lo solo que estás, aunque estés rodeado de tantas personas. Te hacen sentir escalofríos porque desearías ocuparlas con alguien más. Alguien que tal vez nunca llegará, solamente porque no encuentra su destino en aquella mojada y percudida silla gris.

Me pregunto quién la estará ocupando en medio de este aguacero. Tal vez unas cuantas gotas de lluvia que anhelan regresar al cielo, porque, ¿quién desearía quedarse en esta mugrosa tierra?, tierra en la que no encuentras apoyo moral, pues las sillas constantemente están vacías, como vacío anda tu corazón, como vacía anda la humanidad.

Las miradas que te hablan de soledad. Esas miradas que te persiguen a toda hora en el día. Las miradas que te lanzan las bancas, para que te tomes tu tiempo en conocerlas. Para que disfrutes los aromas de las flores que las acompañan. Bueno, por lo menos no están del todo solas.

Cuando las bancas están ocupadas, ya no hay espacio para alguien más. Solo están reservadas para esas dos personas. No importa quién se fije en ellas, pues no están disponibles. Por lo tanto, pierden sentido e importancia. La impotencia o la frustración del próximo ocupante se hace cada vez más evidente a través de las miradas. Las miradas disgustadas de los individuos que se sientan en la sala de espera, disgustados por la espera, la impaciencia de ver desocupadas esas sillas.

Es lo mismo que sucede con dos personas que se atraen. Al principio, se llenan de ansiedad e intriga por saber los sentimientos del otro, las miradas no se hacen esperar. Uno que otro guiño rodea la esperanza de tan sólo una oportunidad para conocerse. Los corazones están fríos y solos, pero los días soleados los hacen ver más cálidos y resplandecientes. Es así como las sillas vacías se encuentran. Encuentran diferentes vidas pero similar espacio, similar gusto.

Cuantas veces no deseamos que esas sillas sean ocupadas pronto. Entre nuestra impaciencia, deseamos con ansias locas que las sillas cobren vida. Que se hagan notar nuestros corazones. Una persona que entre miles de combates con el amor, sólo intenta hallarte. Desconsoladamente, busca refugio en tu silla vacía.

Las miradas sí hablan más que mil palabras. Eso lo he comprobado muchas veces. En el asunto del amor, mucho más. Tus miradas se encuentran con las mías. Se escabullen. Pero persisten. Los ojos son imprudentes porque desmienten lo que tu boca expresa. Por eso, vale más estar seguro de lo que se siente. De lo que se quiere y desea.

A pesar de no estar juntos, las cosas no han cambiado. Mi silla sigue vacía pero incapaz de ser ocupada. La barrera que nos separa de los demás visitantes es saludable, porque de vez en cuando, las sillas deben permanecer vacías, solitarias, mojadas y resignadas. De esta forma, conocerás más tu forma de pensar, actuar y amar.

Una metáfora más sobre ese sentimiento cargado de emociones. Sobre ese corazón que aún se encuentra roto o solo. Metáforas que, sin querer, te caen como anillo al dedo, pues es de esta manera como estás viviendo el amor, o por lo menos lo que pretende ser amor, como dos sillas vacías.

lunes, 23 de marzo de 2009

El misterio de la nada

“Pensar en las cosas del mañana nos hace más vulnerables al presente, e indudablemente más fuertes que el pasado”.

No tengo ni tan solo una idea sobre cómo empezar esta absurda crónica. Y es que, ¿A quién se le ocurre escribir algo sobre la nada? Si no es nada, ¿qué se puede hablar sobre eso? Nada, nada, nada, no sé nada.

El significado que nos proporciona la real academia española sobre la palabra nada es:
1. Palabra que se utiliza para referirse a una persona u objeto que no tiene importancia.
2. Palabra designada a la ausencia de cualquier ente.

Yo por mi parte, tengo mi propio concepto sobre la nada. Uno muy similar al que nos proporciona el diccionario de la existencia.

“Ser nada es un absurdo”

Así pues comienza la triste y pesada historia de Arturo.

Arturo era un hombre de tez blanca y ojos oscuros. A sus 32 años de edad, poseía un empleo favorecedor en un banco, una linda esposa llamada Clara y una cómoda vida sin muchas deudas.
Arturo se levantaba todos los días a las 5 de la mañana. La rutina de siempre, salir a trotar, bañarse a las 6 en punto y desayunar antes de irse al trabajo, le gustaba la lectura y la radio, siempre se le veía con un periódico en la mano. Clara, por otro lado, se quedaba casa, preparándose para trabajar en la tarde como secretaria de medio tiempo en el consultorio de un medico.

Como pareja, Arturo y Clara vivían muy bien, cómodamente. Los dos, con sus respectivos sueldos, pagaban las facturas, los inmuebles de la casa, los alimentos y los objetos que usaban cotidianamente. Al parecer, la vida de ellos era normal, una más.
Una mañana de abril, la vida de Arturo cambió para siempre.

Esta mañana, fue muy diferente a todas las demás. Arturo no encontró ningún motivo para levantarse, no quería salir a trotar, ni probar bocado alguno. Se sentía como un bicho, repugnante. Se sentía nada, nadie.

-Arturo, mi amor, ¿Qué te pasa?- le preguntó Clara

Pero un silencio prolongado fue lo único que obtuvo como respuesta.
Ese día, un 17 de abril, Arturo faltó a su trabajo y cayó en una rotunda depresión. Los siguientes días llegaron cargados de llanto y angustia por parte de Clara, pero Arturo no mostraba señal alguna de mejoría. Parecía como si su vida hubiese perdido sentido, importancia. A duras penas se comía los restos de la comida, a medias y con algo de repugnancia. La preocupación se hacía cada vez más evidente.

Clara, sin comprender aun lo que estaba ocurriendo, consultó con algún psicólogo al tercer día de su inminente decaída, el problema que estaba teniendo su marido, si era tal vez una enfermedad mental o si estaba cansado del matrimonio y la vida en pareja. Por lo cual, un día condujo al especialista a su casa.

El diagnostico era negativo. Arturo estaba transitando por una profunda metamorfosis, o al menos eso parecía. Estaba cansado de su vida, de su monotonía, de su absurda existencia. Su enfermedad era tanto física como espiritual. El vacío existencial le hacía sentir náuseas, odiar la humanidad completa y desear con ansias locas la muerte.

Después de un mes de atención por parte de Clara a su esposo, la situación seguía igual. Arturo necesitaba transformar su vida, encontrar un nuevo motivo para pertenecer a este mundo. Necesitaba encontrarse a sí mismo para entender su nueva forma de vida y su estado emocional. Pero Clara ya estaba cansada de no entender las cosas y, por otro lado, su sueldo no era suficiente para mantener la estabilidad económica de siempre. Por lo cual, decidió marcharse a la casa de su madre, una tarde de mayo para intentar recuperar su vida consumida por la de su esposo.

-Solo

Arturo se hallaba solo. Ahora sí estaba desesperado. Vagaba de un lado a otro por los pasillos de la casa. Sin la ayuda de Clara, no había modo de salir de este laberinto existencial, era demasiado denso para escapar de la nada. Había mucho en que pensar, mucho tiempo para disfrutar al lado de su esposa y su trabajo. Pero que trabajo si ya lo había perdido todo.

Nadie podía entender lo que realmente le sucedía a Arturo. Nadie tenía las suficientes agallas para enfrentarse a esta clase de personas, entes que caminan sin ningún destino previo. Ni siquiera el hermoso amanecer o el resplandor del sol podían mejorar su situación. Ya nada existía para Arturo, quien se dejaba morir en su propia locura.

Su aspecto físico cada vez daba más lástima. Sus ojos, antes con un color brillante, parecían haber perdido cualquier rastro de luz. Su cuerpo, antes fuerte y atlético, ahora solo infundía lastima en los rostros de quienes lo veían caminar por las grises calles de la ciudad.

La fría casa parecía consumirlo. Todo a su alrededor denotaba tristeza y desfallecimiento. Las horas y los minutos se le antojaban infinitas, y el tic-tac del reloj retumbaba en su mente cuan tambor despavorido. Pero él se rehusaba a salir, solo lo hacía por necesidades fisiológicas. Nada afuera le importaba.

Pareciese que la única salida de esta pesadilla era la muerte. Un fin absurdo como siempre, porque uno se muere y sigue siendo nada. Y si Arturo se muriese y no dejaría huella en el mundo, no escribiría un libro, no cumpliría ninguna de sus metas.

A sus 32 años, Arturo no iba a poder realizar sus sueños. Quería tener dos hijos, conseguir un mejor empleo con un sueldo más sofisticado. Quizás, una camioneta blanca, de esas que tanto le gustaban a Clarita, como le decía con cariño, pero ya ni siquiera estaba ella para consolarlo y ayudarlo a recuperarse.

No había esencia, no había sustancia. Sin estos dos elementos, no hay vida, no hay nada.
-Es que no tengo motivos para levantarme, no tengo porqué luchar- se decía a sí mismo Arturo en una de sus muchas conversaciones existenciales.
-Lo he perdido todo

No ser, es la carencia absoluta de todo ser. Por muchas circunstancias accidentales se puede contagiar de esta enfermedad. La desilusión amorosa, la muerte de un pariente, el perdido propósito de una existencia, son solo algunos ejemplos de la perversa causa.

Milagrosamente, una noche calurosa de agosto, después de casi 3 meses de sombría vida, Arturo se encontró en un recóndito sueño. En aquel sueño, una fuerza extraña lo atraía forzosamente hacia la tierra. No era este su momento de partir. Había algo que lo retenía aun con vida. El solo hecho de ser humano, de ser quien era.
Al abrir sus ojos, Arturo se encontró con la tierna mirada de la luna. El firmamento aun le causaba fascinación aunque todo carecía de importancia. Era este el llamado hacia la vida, hacia la realidad.

Salió despavorido de su casa y se incorporó en la densa maleza de la trocha. Se tendió en el suelo y pensó en lo mucho que había perdido, en el tiempo consumido por las lágrimas y las incertidumbres. Su tiempo de metamorfosis había concluido. Su transformación se había demorado, pero había valido la pena vivirla y por fin, un 14 de agosto, recuperó su vida.

Esa misma noche, Arturo llamó a Clara para confirmarle una noticia alentadora. Ella, con voz de pocos amigos, no le creyó. Pero esto ya no importaba, porque Arturo ahora se encontraba seguro de sí mismo y con nuevos propósitos. Pensó en demostrarle con cada detalle su pronta recuperación y sus ansias de amarla.

Finalmente, la vida nos pone obstáculos y vacios existenciales solo con el propósito de crecer como personas, de conocernos y exprimirnos hasta la última gota de sentido.

Finalmente de un tema tan recóndito como la nada, se logran obtener resultados cargados de significado, donde el absurdo ya no es un problema para la humanidad cada vez más perdida.
Arturo, por otra parte, convive con Clara cerca de mi casa. Consiguió un trabajo nuevo y es ahora cuando más valora cada detalle de su alrededor. La sonrisa de un niño, una canción romántica, un lunes festivo.

Muchas veces uno se hace preguntas como: ¿Quién soy?, ¿Cuál es mi propósito en este planeta? Entre otras, donde nos cuestionamos a nosotros mismos sobre nuestra existencia. Lo cierto es que las respuestas no se hallan con tanta facilidad, uno primero tiene que vivir, para poderse preguntar porque existe, es decir, tiene que ser, para poder existir. Es aquí donde la nada cobra vida, porque ya no solo es un problema de significado, sino un problema existencial, sustancial. Para lograr la absoluta significación de cada quien, se necesita sufrir, se necesita ser nada en algún momento, se necesita carecer de ese sentido. De ese absurdo pero necesario sentido de vivir.

miércoles, 18 de marzo de 2009

La inconformidad con el Megabus

Eran aproximadamente las siete de la tarde y no sabía cómo llegar a mi casa. Mi billetera, estaba hecha una carta de hace 10 años de antigüedad, con su respectivo polvo y telarañas, señas de que un billete estuvo allí hace ya muchos días. Afortunadamente, aún conservo la tarjeta de Megabus que mi abuela me prestó el otro día para dirigirme al centro, y ¡Sí! Conservaba 1300 pesos para recargarla. Me dispuse a despedirme de mis amigos después de una charla amena entre carcajadas y papas a la francesa e ingresar a la estación de la carrera sexta entre calles 20 y 19.

Desde pequeña he vivido en el barrio Gamma, pero hasta ahora, mi madre no me daba tanta libertad para abordar un vehículo público para llegar a mi casa, pues le daba miedo tanta inseguridad. De por sí, mi casa queda lejos del área metropolitana de Pereira, algunos dicen que queda casi llegando a Cartago, pero solo exageran.

Bueno, volviendo al tema del Megabus, mientras esperaba que pasara uno de tantos mega estorbos, mega malucos o mega verdes como es catalogado por los frecuentes usuarios, intentaba pensar que iba hacer cuando llegara a mi casa. Hacer una que otra tarea para informática y claro, ingresar al Messenger o tal vez leería la gigante pila de fotocopias para semiología, cuando de pronto apareció el Megabus número tres.

Entré y lo primero que percibieron mis sentidos al abrirse la puerta del vehículo fue un extraño olor, olor que desearía nunca haber olido, pues después de tanta conversadera y comedera de papitas, me estaba empezando a dar nauseas. Intente aguantar la respiración mientras buscaba con la mirada la deseada silla desocupada roja. Mala suerte, estaba todo lleno, es decir, repleto, teto e insoportablemente bochornoso. Cosa que no es nada anormal en el Megabus. De por sí, es un servicio que proporciona muchas ventajas a los pasajeros, pero esto ya era la gota que rebasa el vaso.

Parado, la peor palabra que puede escuchar uno en esa clase de busetas. La gente se empieza a estrechar, dejando un espacio escaso entre la multitud emergente. Todos aquellos que nos encontrábamos parados debíamos, además de aguantarnos la incomodidad que suponía el estar tan cerca los unos de los otros, los golpes y jalones que se mandaba la buseta, señas de que lo que llevaba no eran personas sino más bien ganado.

Vea pues, ganado es lo que somos para ellos, los conductores, quienes solo se preocupan por llegar rápido a su destino sin importar nuestras molestias. Y fue así colegas como continúe hablando conmigo misma, mentalmente, mientras sacaba mi Ipod de la maleta. Buff, que calor hace aquí, omg y que aroma, no podía resistirlo más. ¿A qué se debía ese fuerte olor?, un golpe de ala que denotaba un día pesado de trabajo, de esos olores que son bajo el ardiente rayo del sol.

“Tara ra ra ra”, tarareaba mientras seguíamos avanzando por la avenida treinta de agosto, parando por cada estación, recogiendo más ganado, oops, personas. Una mirada opulenta seguía cada paso de mis ojos, era un señor. Vestía una camisa roja de rayas, unos jeans desgastados y unas sandalias cafés. ¿Sería este el origen del mal olor?, mmm, me preguntaba mientras observaba el reflejo de mi imagen en la ventana del Megabus. Por mi cabeza pasaban miles de pensamientos sobre esta extraña mirada. Me invadía un profundo miedo el pensar que este hombre iba a querer robarme, pues tenía los audífonos de mi Ipod tan visibles y en un volumen tan alto que hasta podría decirse que la señora situada frente a mi estaba escuchando.

Nada de relajos, el Megabus cada vez se llenaba más y esa mirada de aquel sujeto me intimidaba con cada segundo que pasaba. Una estación más, cuando de pronto la señora que yo pensaba que estaba escuchando música conmigo se paró. Se dispuso a salir del mismísimo infierno. ¡Sí!, una nueva oportunidad de acomodarme en aquel estrecho bus, en aquel desocupado asiento rojo, cuando, oh no, una señora, más o menos de 60 años se aproximaba lentamente por el corredor. Nada que hacer, ante todo, la solidaridad con los más necesitados.

Me paré de un salto y dirigí mi mirada a la del sujeto extraño, pheww, estaba mirando otra joven más delante de nosotros, cuan aliviada me sentí, aunque duró poco tiempo. El olor se infiltraba cada vez más por el espacio reducido entre el ganado y yo. Sniff, sniff, empezaba a sospechar del origen de ese olor, por lo cual acerqué mi nariz a la parte superior derecha de mi cuerpo. Uff, que bueno saber que esa chucha no me pertenecía.
Parece que después de un rato de pensar bobadas, escuchar canciones, el Megabus se detuvo en la estación provisional. Lo que seguiría pues ya no era tanto como antes, además simulaba a la perfección una montaña rusa, pero en vez de golpearte con las varillas, te golpeas con los codos de las demás personas. Jaja, que risa me suponía esa escena. Todo el mundo “abróchense los cinturones, que la diversión está por comenzar.”

Por fin!!! El intercambiador. Después, mi destino se reducía a abordar el alimentador que se dirige al estadio. El resto sería pan comido.
Salí casi que de última, la gente ni siquiera puede esperar a que el vehículo se detenga. Solo caminan y caminan sin importar a quien pisoteen. Quieren llegar rápido, tienen cosas que hacer, bebes que amamantar, tareas escolares que realizar, tareas domesticas en la casa, besar a su queridísima esposa, madre o amante. Yo solo esperaba coger pronto la buseta amarilla, rezaba porque estuviera pronta a llegar. Si no, serian treinta minutos de espera demás. Aahhh! Que aburrido! Me decía para sosegar el silencio. El hombre que yo pensaba que me robaría apenas me bajara del Megabus, ya se había perdido entre la multitud, para mi alegría. Lo volví a ver después, cuando ya se disponía a hacer la fila para ir a Miraflores, un barrio de cuba.
El resto de la historia se resume en un paseo nocturno hasta mi casa. La avenida principal de cuba, giro por la bomba de corales, corales, el puente que separa a corales de gamma, piii, el botón que oprimí para que la puerta trasera se abriera. Sin resultado alguno.

“¡Nos abre la puerta por favor!”, por fin un señor musitó. Libertad, y más libertad. El ambiente estaba fresco, la noche hermosa, con una particular luna llena que iluminaba hasta el rincón más oscuro del alma. Vaya el día de hoy, pensaba después de esa emocionante aventura en la mega estreches de Pereira. Por favor, menos retraso y más espacio para ubicar gente, señor conductor.

lunes, 9 de marzo de 2009

Vendedores ambulantes, no tan ambulantes




Wilson Trujillo es un pereirano de 40 años empleado de una de las droguerías que se encuentra ubicada en el centro de la ciudad. Durante todo el día, Wilson debe realizar domicilios que despacha la droguería, por lo cual su oficio principal es recorrer las calles de Pereira a veces a pie y otras en moto. La calle 17 entre carrera octava y novena, es una cuadra que está plagada de vendedores ambulantes que impiden que el trabajo de Wilson se cumpla a la perfección, pues la cantidad de individuos que se movilizan, retrasan su trabajo y el de muchas otras personas que urgen llegar pronto a su destino. “Ellos se la pasan ahí ofreciendo calcetines y pretinas sin ni siquiera darnos espacio para caminar”, declaró Wilson.
La cantidad de vendedores que se estrechan entre sí para ofrecer a posibles compradores vestimentas como calcetines, camisetas, ropa interior, entre otros accesorios de uso diario es tal, que muchos de los peatones que utilizan esta vía para llegar a su destino se ven obligados a caminar por la mitad de la calle por donde transitan autos y motos que en el peor de los casos pueden ocasionar un accidente.
“Yo creo que lo mejor que podrían hacer con esos vendedores es ubicarlos en un espacio exclusivo para ellos pero lejos de los andenes, para que nos proporcionen más espacio mientras caminamos y no tengamos que movilizarnos por la calle”, manifestó Wilson.
En hechos pasados, se supo que cuando la doctora Maria Helena Bedoya fue alcaldesa de Pereira, los vendedores ambulantes que hoy se encuentran en la calle 17, habían sido reubicados en un lugar donde su trabajo no incomodaba a ningún transeúnte de la ciudad y además donde era más grato ofrecer sus productos a la comunidad, pero al parecer fueron ellos los que se rehusaron a trabajar allí pues su sueldo se redujo considerablemente.
Si bien es cierto que Pereira es una ciudad donde las posibilidades de trabajo son muchas, los vendedores ambulantes necesitan de los clientes que concurren la zona centro pues es allí donde su mercancía es consumida, sin necesidad de alquilar un puesto como el de muchos almacenes que se encargan de distribuir los accesorios que estos mismos venden a un bajo precio. Por lo cual, se ven obligados a atestar las calles de Pereira en busca de clientes que compren sus productos.
La única manera de darle fin a esta situación es reubicar a los comerciantes en un sector donde puedan vender de igual forma a como lo hacen en las calles. Esta sería una solución a la cantidad de personas que se amontonan en la calle 17 para conseguir el pan de cada día.