miércoles, 18 de marzo de 2009

La inconformidad con el Megabus

Eran aproximadamente las siete de la tarde y no sabía cómo llegar a mi casa. Mi billetera, estaba hecha una carta de hace 10 años de antigüedad, con su respectivo polvo y telarañas, señas de que un billete estuvo allí hace ya muchos días. Afortunadamente, aún conservo la tarjeta de Megabus que mi abuela me prestó el otro día para dirigirme al centro, y ¡Sí! Conservaba 1300 pesos para recargarla. Me dispuse a despedirme de mis amigos después de una charla amena entre carcajadas y papas a la francesa e ingresar a la estación de la carrera sexta entre calles 20 y 19.

Desde pequeña he vivido en el barrio Gamma, pero hasta ahora, mi madre no me daba tanta libertad para abordar un vehículo público para llegar a mi casa, pues le daba miedo tanta inseguridad. De por sí, mi casa queda lejos del área metropolitana de Pereira, algunos dicen que queda casi llegando a Cartago, pero solo exageran.

Bueno, volviendo al tema del Megabus, mientras esperaba que pasara uno de tantos mega estorbos, mega malucos o mega verdes como es catalogado por los frecuentes usuarios, intentaba pensar que iba hacer cuando llegara a mi casa. Hacer una que otra tarea para informática y claro, ingresar al Messenger o tal vez leería la gigante pila de fotocopias para semiología, cuando de pronto apareció el Megabus número tres.

Entré y lo primero que percibieron mis sentidos al abrirse la puerta del vehículo fue un extraño olor, olor que desearía nunca haber olido, pues después de tanta conversadera y comedera de papitas, me estaba empezando a dar nauseas. Intente aguantar la respiración mientras buscaba con la mirada la deseada silla desocupada roja. Mala suerte, estaba todo lleno, es decir, repleto, teto e insoportablemente bochornoso. Cosa que no es nada anormal en el Megabus. De por sí, es un servicio que proporciona muchas ventajas a los pasajeros, pero esto ya era la gota que rebasa el vaso.

Parado, la peor palabra que puede escuchar uno en esa clase de busetas. La gente se empieza a estrechar, dejando un espacio escaso entre la multitud emergente. Todos aquellos que nos encontrábamos parados debíamos, además de aguantarnos la incomodidad que suponía el estar tan cerca los unos de los otros, los golpes y jalones que se mandaba la buseta, señas de que lo que llevaba no eran personas sino más bien ganado.

Vea pues, ganado es lo que somos para ellos, los conductores, quienes solo se preocupan por llegar rápido a su destino sin importar nuestras molestias. Y fue así colegas como continúe hablando conmigo misma, mentalmente, mientras sacaba mi Ipod de la maleta. Buff, que calor hace aquí, omg y que aroma, no podía resistirlo más. ¿A qué se debía ese fuerte olor?, un golpe de ala que denotaba un día pesado de trabajo, de esos olores que son bajo el ardiente rayo del sol.

“Tara ra ra ra”, tarareaba mientras seguíamos avanzando por la avenida treinta de agosto, parando por cada estación, recogiendo más ganado, oops, personas. Una mirada opulenta seguía cada paso de mis ojos, era un señor. Vestía una camisa roja de rayas, unos jeans desgastados y unas sandalias cafés. ¿Sería este el origen del mal olor?, mmm, me preguntaba mientras observaba el reflejo de mi imagen en la ventana del Megabus. Por mi cabeza pasaban miles de pensamientos sobre esta extraña mirada. Me invadía un profundo miedo el pensar que este hombre iba a querer robarme, pues tenía los audífonos de mi Ipod tan visibles y en un volumen tan alto que hasta podría decirse que la señora situada frente a mi estaba escuchando.

Nada de relajos, el Megabus cada vez se llenaba más y esa mirada de aquel sujeto me intimidaba con cada segundo que pasaba. Una estación más, cuando de pronto la señora que yo pensaba que estaba escuchando música conmigo se paró. Se dispuso a salir del mismísimo infierno. ¡Sí!, una nueva oportunidad de acomodarme en aquel estrecho bus, en aquel desocupado asiento rojo, cuando, oh no, una señora, más o menos de 60 años se aproximaba lentamente por el corredor. Nada que hacer, ante todo, la solidaridad con los más necesitados.

Me paré de un salto y dirigí mi mirada a la del sujeto extraño, pheww, estaba mirando otra joven más delante de nosotros, cuan aliviada me sentí, aunque duró poco tiempo. El olor se infiltraba cada vez más por el espacio reducido entre el ganado y yo. Sniff, sniff, empezaba a sospechar del origen de ese olor, por lo cual acerqué mi nariz a la parte superior derecha de mi cuerpo. Uff, que bueno saber que esa chucha no me pertenecía.
Parece que después de un rato de pensar bobadas, escuchar canciones, el Megabus se detuvo en la estación provisional. Lo que seguiría pues ya no era tanto como antes, además simulaba a la perfección una montaña rusa, pero en vez de golpearte con las varillas, te golpeas con los codos de las demás personas. Jaja, que risa me suponía esa escena. Todo el mundo “abróchense los cinturones, que la diversión está por comenzar.”

Por fin!!! El intercambiador. Después, mi destino se reducía a abordar el alimentador que se dirige al estadio. El resto sería pan comido.
Salí casi que de última, la gente ni siquiera puede esperar a que el vehículo se detenga. Solo caminan y caminan sin importar a quien pisoteen. Quieren llegar rápido, tienen cosas que hacer, bebes que amamantar, tareas escolares que realizar, tareas domesticas en la casa, besar a su queridísima esposa, madre o amante. Yo solo esperaba coger pronto la buseta amarilla, rezaba porque estuviera pronta a llegar. Si no, serian treinta minutos de espera demás. Aahhh! Que aburrido! Me decía para sosegar el silencio. El hombre que yo pensaba que me robaría apenas me bajara del Megabus, ya se había perdido entre la multitud, para mi alegría. Lo volví a ver después, cuando ya se disponía a hacer la fila para ir a Miraflores, un barrio de cuba.
El resto de la historia se resume en un paseo nocturno hasta mi casa. La avenida principal de cuba, giro por la bomba de corales, corales, el puente que separa a corales de gamma, piii, el botón que oprimí para que la puerta trasera se abriera. Sin resultado alguno.

“¡Nos abre la puerta por favor!”, por fin un señor musitó. Libertad, y más libertad. El ambiente estaba fresco, la noche hermosa, con una particular luna llena que iluminaba hasta el rincón más oscuro del alma. Vaya el día de hoy, pensaba después de esa emocionante aventura en la mega estreches de Pereira. Por favor, menos retraso y más espacio para ubicar gente, señor conductor.

3 comentarios:

  1. No puedo evitar percibir ese ligero toque insidioso (que no me agrada) en algunas partes. Ojalá que los coloquialismos, a pesar de ser "obligación", no se conviertan en mi fobia por tus crónicas!

    No obstante es un buen trabajo! : )

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  2. Que cosa es ese "gusanillo" verde.
    Sè que es estar cansada y tener que subir en uno de esos buses, en mi caso el gusanillo rojo, sè lo que es abordar con el anhelo de encontrar una silla roja libre, pero muchas veces el anhelo se convierte en decepcion cuando son pocos los que se han bajado, y son esos pocos los que iban parados.
    He descubierto que para poder sentarse hay que quedarse en la puerta de la estacion, y no importa si no dejan cerrar las puertas, todo sea por comodidad; si al final no hay puesto, pues que importa sentarse en el acordeon, por lo menos vas sentado.

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  3. Jajaja! semejante sugestión!
    Nada que hacer con el transporte público colombiano, la comodidad no tiene precio!

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