viernes, 10 de julio de 2009

Una crónica con el toque de una mariposa




Hace poco estuve en “Bonita Farm” un sitio especializado en el cultivo de mariposas, orugas y demás. En realidad ya había ido anteriormente, hace ya más de tres meses, sin embargo la sensación fue casi totalmente diferente.

Primero sientes el fresco aroma de la naturaleza mientras compartes una divertida caminata en un pequeño pero gratificante sendero ecológico. Mientras tanto, Juan Carlos, un biólogo marino que decidió especializarse en mariposas e insectos exóticos (siendo esto casi una ironía) explica desde cuales son los cultivos más comunes de plantas en la zona, incluyendo su nombre científico que es lo que más se me hace difícil de memorizar, hasta los proyectos futuros con los cuales pretende sacar su “Mariposario” adelante.

En el camino nos vamos encontrando cantidades de hojas, tallos, raíces, etc. El suelo está resbaladizo, con cuidado me muevo entre las piedras del riachuelo, encantada por el delicioso aroma y el limpio aire que respiran mis pulmones. Hay algo que me tiene inquieta. No puedo dejar de pensar en grillos y arañas. Indiferente del reino animal al que pertenezcan, para mí todo animal que se mueva, arrastre, salte o tenga una anatomía extraña y repulsiva es un bicho.

Yo no me meto con los insectos, al menos no con los grillos ni las mantis religiosas ni nada de eso. Es más, les tengo bastante respeto, esto posiblemente por experiencias pasadas las cuales no pienso comentar en esta crónica pero que puedo asegurar, cambiaron mi manera de ver los animales pequeños, verdes o peludos. Así que mientras caminaba, prestaba gran atención en no toparme con alguna telaraña de esas casi invisibles y mucho menos una arañita, fuera del tamaño que fuese. Los grillos cuando saltan, o por lo menos cuando los veo desde muy cerca, siempre observo cómo me miran. Si ya se, suena casi estúpido pensar que un insecto en especial un grillo te mira, pero créanme esta fobia no me la gané por nada.

Resbalón, cuida de ellos, el suelo mohoso puede hacerte caer tan fácil como las cascaras del banano en los dibujos animados. El color verde invade mi mente mientras sigo mi recorrido, que se pone cada vez más tedioso. Llegamos a lo que parece ser una finca. Enseguida observo algunos cultivos de flores y más adelante, una pequeña casita. Cuando me acerco casi pisándole los talones a Juan Carlos esto debido a mi curiosidad, me encuentro con la insignia “Laboratorio” en la puerta. El cuarto está totalmente iluminado gracias a su color blanco por supuesto. En los estantes se encontraban pequeños recipientes cilíndricos donde, usando mi zoom ocular divisé pequeñas crisálidas. Era asombrosa la cantidad de ellas, sus colores, sus tamaños. Algunas estaban rasgadas y muertas. Eran sólo el producto de la metamorfosis.

Comprobé como en mi mente se extendían un montón de recuerdos, como aquél de la serie japonesa “Pokemón” donde una de las criaturas era un diminuto gusano verde llamado “Caterpie” que evolucionaba convirtiéndose en una crisálida llamada “Metapod” y por último su etapa final “Butterfree” para ser una mariposa al final. Los dibujos animados sólo nos asemejan un poco más a la realidad, por eso suelen ser “tan educativos”.

Es increíble lo hermosa que puede ser la naturaleza y entendiendo que esta sea una frase muy cliché, para mí es totalmente valida. Cada segundo que mis ojos recorrían ese pequeño capullo, veía un reluciente trozo de oro o una esculpida esmeralda. Eran habitaciones perfectas para las orugas. Su fachada decía mucho de ellas, desde la especia hasta el color y el tamaño. Para que comprar un anillo de millones si puedes tener en tu finca un capullo mucho más brillante y valioso, por el hecho de ser un ser viviente.

Todos querían tocar las orugas. Yo no. No puedo. Mi cuerpo se torna frio y empiezo a temblar. Todos son tan valientes, sin embargo mis dedos se deslizaron hacia el pequeño animal. Una suavidad tremenda. Con algo de temor, mi mano deseó por un momento sostenerlo, pero no. No pude.

De camino hacía el mariposario, me preguntaba esta vez qué clase de mariposas me iría a encontrar allí. En mi anterior visita pude observar bastantes Monarcas, pero esta vez quería algo más. Quería una especie nueva, en mis manos.

Me quité los zapatos. La arena estaba fría y relajante, comencé a dar pequeños pasos detrás de mi hermano y mi madre. Expectante, Juan Carlos abrió la puerta y yo ingresé en la casa de las mariposas. ¡Y vaya que estaba cambiado!, las flores estaban grandes y coloridas, las plantas como siempre tan verdes y abundantes y a continuación: Las preciadas mariposas.

Todas volando y revoloteando en el pequeño espacio para nosotros pero gigante entorno para ellas, tan pequeñas e insignificantes. Se posaban en mis manos, en mi cabello, ¡en mi nariz!, emocionada, encendí mi cámara y oprimí el obturador. Las mariposas posaban a su gusto para mi lente, que captaba todo con gran exaltación. Era un arcoíris al alcance de mi mano. Podía tocar esos hermosos y brillantes colores. Era el clímax de mi sonrisa la que rodeaba mi rostro. Y pensar que alguna vez fueron orugas feas y repugnantes como las miraba al principio. Eran joyas al alcance de mi mano, de mis ojos, de mi mente.

Podría quedarme escribiéndoles un par de horas más sobre cada delicia que pase ese día junto a mi familia. Pero se me hace tarde. Quisiera dejar una pequeña reflexión aprovechando esta crónica. ¿Cuántas veces en el día nos dedicamos a observar nuestro entorno? Algunas veces andamos tan atareados, tan ocupados que no les damos la oportunidad de mostrarnos su encantador aleteo y su belleza colorida. Este animal suele ser olvidado, pero las cámaras los buscan especialmente por su carga sentimental. Mariposa no sólo significa animal invertebrado, significa libertad, belleza, delicadeza, naturaleza y sobre todo VIDA.

1 comentario:

  1. me encanto!!
    estas lista para escribir un libro que daria yo para tener la habilidad de escribir tan bonito felicidades!!!
    Dios te Bendiga" Miriam.

    ResponderEliminar